martes, 12 de marzo de 2013

El tabaco jode








Málaga, 12 de Marzo del 2.013



Con once o doce años empecé a fumar. Con trece o catorce empecé a comprarme paquetes de cigarrillos, porque hasta entonces los compraba sueltos en las piperas o se los robaba a mi madre.

Con quince empecé a beber. Lo que más me gustaba era la ginebra preparada. Un combinado con agua azucarada, limón natural y hielo.

Con diecisiete o dieciocho tras varios sucesos-sustos, muy desagradables, lo deje radicalmente. A partir de ahí, creo que poquísimas veces me he puesto cachondo por el alcohol y una, en una fiesta en mi casa, un poco deteriorado.

Sin embargo el tabaco no lo deje hasta hace veinte o veinticinco años, que estuve seis meses sin fumar. Lo malo es que cambié el tabaco por el café y los pasteles. Engorde de forma exagerada. Un día al salir de la peluquería me mire en un escaparate, según iba andando, y además del pelo me vi la barriga. Era como el mascaron de proa de un barco pirata.  A los pocos metros había un estanco y no lo pensé, entre y me compre un cartón, así del tirón.

Recupere pronto mi figura de pincelín. Me sentía de nuevo ágil y esbelto. Tenía la sensación de que todas las mujeres me deseaban y además, con el cigarrillo en los labios, me sentía agradablemente canalla.

Pero poco a poco fui perdiendo el timbre natural de mi voz, a la vez que aumentaba la dosis de consumo. Deje de cantar hasta en la ducha y en el 2.000 tuve que ir al otorrinolaringólogo. La mayoría de las mañanas hasta que no me metía la dosis necesaria de tabaco no podía ni articular palabra.

La gente no me entendía y por eso no me gustaba hablar, yo que hablo con la fregona y la papelera de las farolas, para comentarle esto y aquello… Me diagnosticaron un Edema de Reinke. Me metieron una cámara por la nariz y me enseñaron en una pantalla, el conducto por donde pasaba. Como me dijeron que si no dejaba de fumar no me podían operar, a la mañana siguiente lo deje y no he vuelto a probarlo.

Esta mañana, a una hora muy temprana he ido a hacerme unos análisis de sangre. Llaman a una persona y al rato me llaman a mí. Le había observado en la sala de espera. Era un hombre fornido, con barba de dos o tres días, de esas que salen justo de debajo de los ojos y empalma con los pelos del pecho. Manos grandes y botas de trabajador, con refuerzos metálicos en la punta. Me ha hecho gracia que llevase un jersey rosa, debajo de un chubasquero.

Al entrar he visto que estaba gesticulando como una maricona loca y dando grititos agudos, para demostrar el dolor que le producía la aguja metida en su brazo. A mi no me han atendido porque la enfermera que me tenía que taladrar mi brazo, estaba sujetando a mi adorable compañero. Se ha levantado como un vendaval y perdiendo aun más las formas ha dicho: aquí no vuelvo más. Y se ha ido.

Cuando he visto que las tres personas de la sala se partían el culo, yo también me he reido, ¡claro!. La cosa no era para menos.

De camino a casa, en el coche, he intentado imitar su voz y sus gestos, pero no he podido. Sigo teniendo una voz grave y nunca podré ser o imitar a una loca. Y esto por culpa del tabaco, al que odio profundamente.


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